jueves, 14 de noviembre de 2013

Valentina (Give me love - Ed Sheeran)

Este relato está basado en el vídeo de «Give me love».
¿Quieres ponértelo como banda sonora?

 


VALENTINA (by Little Leviosa)

Se acerca la hora y mi arco descansa sobre mi regazo.
Es negro, de madera de ébano; duro, pero flexible y resistente. En la parte de arriba, la que mira hacia delante, hay una inicial grabada en oro: «V». De Valentina.
A mi izquierda, las flechas mágicas vibran sobre el colchón, deseando actuar. Acaricio las suaves plumas negras de una de ellas, y se queda inmóvil de inmediato. La sujeto entre mis manos y paso los dedos por la punta.
El afilado extremo de la flecha tiene forma de corazón invertido, color rojo sangre y acabado en una forma puntiaguda capaz de atravesar el corazón de parte.
Pero no, mis flechas no matan. No a las personas.

Me llevo una mano a la espalda y busco hasta dar con ella: una pequeña pluma blanca pegada a mi omóplato. La despego y detrás de ella surgen miles de éstas, color nieve: mis alas.
Me miro las manos. Sobre ellas descansa, llena de sangre, la primera pluma; la que he despegado para sacar las demás. Si no tengo más cuidado, acabaré por quedarme sin alas.
Echo un vistazo al reloj de pared de mi destartalado apartamento: las doce en punto. Voy tarde.
Recojo mi arco, meto mis flechas en el carcaj y me cargo ambas cosas al hombro. Abro la puerta y observo la ciudad de Nueva York.
Medianoche, la hora perfecta para hacer locuras.
Camino lentamente a través de la acera y mis pasos se vuelven cada vez más ligeros, hasta que llega el momento en que las puntas de mis pies dejan de tocar el suelo.
Muevo las alas sin preocuparme por la gente: si están despiertos, lo más probable es que también estén borrachos.
Ah, y también soy invisible a los ojos de los humanos.
Aterrizo de puntillas en la terraza de un edificio muy alto desde donde diviso varios callejones escondidos. Me quito el arco del hombro y cargo una flecha del carcaj. Ya he fijado mi primer objetivo: en una calle oscura, donde sólo mis ojos pueden ver con claridad, una chica de unos diecinueve años observa a un chico de más o menos su edad con aire soñador.
«Está bien» pienso; tenso el arco, respiro hondo, aguanto el pulso y suelto la cuerda. La flecha mágica va directamente a clavarse en el corazón del chico.
Puede que "clavarse" no sea la palabra exacta, pues se desvanece en cuanto toca su piel. El chico se vuelve, mira a la chica a los ojos y los dos unen sus labios.
Ojalá fuese como ellos, ojalá pudiese amar.
Vuelo a través de las calles, sin un rumbo fijo, disparando flechas y repartiendo amor por la ciudad.
Una corazonada, tal vez una voz en mi mente, tal vez yo misma, me dice que guarde la última, que no la dispare.
Regreso a mi apartamento, dispuesta a intentarlo.
Me siento en el colchón, porque no tengo otro sitio donde hacerlo: mi apartamento se compone de una cama, una mesa y un armario para el arco y las flechas.
No, no necesito comer ni beber.
Acaricio suavemente la punta de mi última flecha. ¿Estoy dispuesta a arriesgar mi vida por algo tan tonto como amar?
«No es tonto» me digo, «no tiene sentido vivir así».
Y tengo razón, porque no puedo seguir aguantando, no puedo seguir observando los sentimientos humanos, ese sentimiento en concreto, el amor, sin poder sentirlo yo.
Me armo de valor y sujeto fuertemente la flecha mágica con ambas manos, con la punta mirando hacia mi corazón. Ésta vibra, como en un intento desesperado de alertarme sobre lo que va a suceder a continuación.
Pero la ignoro, y la clavo en mi pecho con todas mis fuerzas.

Lo último que veo es sangre. Porque para las personas, esta flecha sería inofensiva.
Para mí, para un ángel del amor, es mortal.
¿Irónico, verdad?

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