martes, 22 de octubre de 2013

La Magia de ser Potterhead: Capítulo siete

Alina, despierta... Vamos, arriba.
La dulce voz de Lucas me llega en forma de susurro lejano y me despierta de un sueño en el que intentaba hacer un patronus.
Abro los ojos y ahí está: perfecto, como siempre, sentado en el borde de mi cama con dosel. Me da un beso en la frente.
—¿Qué hora es?—le pregunto.
—Las siete de la mañana.
—¿Estás loco? Tengo sueño, déjame dormir...
Intento darme la vuelta, pero Lucas me agarra por el brazo.
—Tenemos que prepararlo todo.
—¿Para qué?
Me sonríe.
—Nos vamos de picnic.
De picnic...—susurro, aún medio dormida—genial, ahora me levant...—mi voz se convierte en un bostezo y Lucas sopla hacia mi boca abierta y se ríe.
Yo también estallo en carcajadas.
—¿Qué haces?—digo muerta de risa.
—No me hagas hacerte un aguamenti en la cara, Alina.
Eso hace que me incorpore como si fuera un resorte.
—Así me gusta, te espero abajo.
Y sale del dormitorio. Yo me visto a toda prisa, deseosa de un día en las afueras del castillo con mi persona preferida de este mundo.
Cuando bajo a la sala común de Gryffindor, Lucas está preparando la cesta de picnic. Cuando me ve, la cierra con un leve movimiento de su varita.
—Ya está todo listo—me dice.
—¿Sabes? Podrías haberme dejado que durmiese mientras preparabas esto.
—Eres la persona más dormilona que he conocido en mi vida.
—Pero me quieres.
Te quiero.
Esa frase me pilla desprevenida. Se supone que tendría que responderle algo como "yo también te quiero", pero me he puesto nerviosa y me limito a sonreír. Él parece un poco decepcionado durante un segundo, pero en seguida vuelve a ser el mismo y se acerca a mí para darme la mano.
—Vámonos.
—¿Adónde vamos, Lucas?
—Ya lo verás—me guiña un ojo.
Cuál es mi sorpresa cuando veo su escoba esperándonos en la puerta del castillo. Antes de que me de tiempo siquiera a abrir la boca de sorpresa, ya estoy acomodada en la escoba y fuertemente agarrada a la cintura de Lucas.
—¿Estás lista para volar?
—¡Claro!
Me asío a su espalda como si me fuese la vida en ello, y apoyo mi cabeza en ella para aspirar su aroma. Pronto noto cómo mi pelo ondea al viento y, cuando miro al suelo, observo cómo el castillo se hace cada vez más y más pequeño. Oigo un grito de júbilo y descubro que ha salido de mí.
—¡Esto es genial!
—¡Agárrate!—dice Lucas, concentrado en manejar la escoba.
Aterrizamos en una orilla del lago de Hogwarts. Los rayos de sol crean unos hermosos reflejos en las oscuras aguas.
—Guau...
—Precioso, ¿verdad?—me contesta sonriendo—¿Vienes a darte un baño?
—¿U-un baño?—debe de estar bromeando, en el lago hay muchas criaturas, buenas y malas.
—Sí, esta zona es poco profunda.
Bueno, tiene razón, nuestra orilla es casi como una piscina natural. Sólo hay un problema.
—No he traído bañad...—antes de que pueda terminar la frase, Lucas saca mi bikini de la cesta de picnic—Vaya. Has pensado en todo.
Él asiente con la cabeza.
Nada va a estropearnos este día, Alina.

Así que se quita la camiseta y yo observo su abdomen atlético justo antes de que se sumerja de una zambullida. Lo veo alejarse buceando, y aprovecho para ponerme el bikini.
Lucas emerge y respira profundamente.
—¿Vienes?
—Claro.
Me alejo caminando en dirección contraria al lago ante la mirada extrañada de Lucas.
—Eh, ¿adónde...?
—¡Booooomba!
Me doy media vuelta, cojo carrerilla y salto, abrazando mis rodillas cuando estoy en el aire, dando forma a una zambullida perfecta.
Antes de subir a la superficie, me quedo bajo el agua unos veinte segundos: hay tanta paz, tanto silencio... ojalá tuviese branquias para permanecer aquí siempre.
Me estremezco de terror cuando noto unas manos que me agarran por detrás.
Pero sólo es Lucas, que al ver que tardaba se ha sumergido y me ha dado un abrazo. Me doy la vuelta, le rodeo el cuello con mis brazos y me apoyo en su pecho. Él me sujeta la cintura y salimos a la superficie, juntos.
Aspiramos el aire fresco profundamente, aliviados al llenar de oxígeno nuestros pulmones.
Miro hacia la orilla, que está a unos diez metros, y se me ocurre una idea.
—¡Te echo una carrera!
—Alguna tiene hoy ganas de perder—dice Lucas con una sonrisa traviesa.
Sólo que no ha contado con que llevo nadando desde los dos años ni con que antes de que termine la frase ya voy un metro por delante.
Un brazo, el otro, tres, cuatro, respiro. Cuando llego a la orilla él aún está muy atrás.
—¡Eres una tramposa!—me grita, aunque en seguida se ríe.
Excusas—contesto, jadeando por el esfuerzo.
—¿Tienes hambre?—me pregunta Lucas sonriente.
—Me comería un caballo—digo asintiendo con la cabeza.
—Bueno, espero que un sándwich de pollo te sirva.
—Más vale.
Así que me recuesto sobre una roca y observo cómo él echa el aceite sobre el pan. Está mojado y sigue en bañador. Contemplo su pelo rojo y húmedo, sus preciosos ojos, sus músculos, la gota de agua que cae por su barbilla cada cinco segundos. Hasta que se vuelve hacia mí y me dice como si fuese Haymitch Aberthany:
—Me vas a gastar de tanto mirarme, preciosa.
Miro hacia otro lado, enrojeciendo, y él sonríe.
—Vamos, era broma—sigo igual y suelta una carcajada—¿Quieres tu sándwich o me lo como yo?
—No, ¡es mío!
Me abalanzo sobre Lucas y le quito mi almuerzo de las manos. Lo pruebo: está delicioso.
—Mmmm... ¡riquísimo!
—¿Qué te esperabas? Lo he hecho yo.
—¡Creído!—le doy un suave puñetazo en el hombro. Él se lo tapa con una mano y finge que se cae hacia atrás, gimiendo de dolor.
Estallo en carcajadas.
—¿Es que quieres matarme?—dice él con cara triste.
—Oh vamos, te he dado flojito—contesto, aún entre risas.
Instintivamente, me inclino sobre Lucas hasta que sólo nos separan unos cinco centímetros y le miro con una sonrisa maliciosa.
—Y la próxima vez ten más cuidado conmigo—le susurro.
Él me mira a los ojos, y luego baja la mirada a mis labios.
Lo prometo—y sonríe enseñando sus dientes blancos.
—¿Sabes qué, Lucas?
—Dime.
—Te quiero.
Él vuelve a mirarme a los ojos, sorprendido, y me sujeta la cara con sus manos.
—Yo también te quiero, Alina.
Nos quedamos así, cerca el uno del otro, observándonos, comiéndonos con la mirada, durante minutos, hasta que me retiro.
—Déjame comer—digo, intentando parecer enfadada.
Lucas se ríe.
—Vale, te dejo tranquila—dice entre risas.
Aunque trato de fingir un auténtico entusiasmo por el sándwich, la verdad es que no puedo dejar de pensar en su rostro empapado.
En medio de mi intento de concentración, oigo una salpicadura a mi espalda. Es Lucas, que ha vuelto a zambullirse en el lago.
—¡Eh! ¡No me has avisado!—grito, y me termino el almuerzo a toda prisa.
Corro hasta la orilla y me tiro de cabeza.
—¡Uf!—suelto al salir a la superficie, porque aún estoy cansada y corro el riesgo de sufrir una indigestión—¿Lucaaaaaaas...?
Como no sale a la superficie me sumerjo y buceo, buscándolo. De repente, bajo el agua, oigo su voz a mi espalda y me sobresalto.

—¡Estoy aquí!
—Uau.
Lucas está respirando bajo el agua; ha creado, mediante magia, una burbuja de oxígeno que le cubre la cabeza, como el casco de un astronauta. Me doy cuenta de que no siento fatiga ni me estoy quedando sin aire por lo que también debo de tener ese «casco».
—¿No es genial?—me pregunta emocionado.
—Uh... ¿Eh?—¿qué ha dicho? Ni idea. Pero es que me encanta cómo ondea su pelo bajo el agua.
Y creo que se da cuenta de que lo estoy mirando embobada, porque se acerca a mí, apoya su frente en la mía y me susurra:
—¿Sabes? Eres preciosa.
—¿Lo dices en serio?
—Aquí abajo eres como una sirena—asiente.
Por los dioses del Olimpo.
—Te quiero, Lucas.
—¿Me quieres?
—Sí—cierro los ojos, deseando congelar este momento.
—Pues demuéstramelo.
—¿Cómo?
Lucas se acerca más a mí. A nuestros labios sólo los separan uno o dos centímetros, y yo siento la necesidad de reducir esa distancia.
No te vayas nunca de mi lado—me susurra.
Yo sonrío, aún pegada a él.
—Jamás.
—Genial.
—¿Sabes? Pensaba que ibas a pedirme que te besara.
—Si tú lo dices—su voz suena muy suave, como un cosquilleo. Entonces Lucas se acerca más, cerramos los ojos y nuestros labios se tocan.
Nuestras bocas se funden en un beso largo y dulce que no quiero terminar jamás.
Al cabo de un rato nos separamos en busca de aire y salimos a la superficie, donde nuestros «cascos» explotan.
Lucas y yo nos sentamos muy juntos en la orilla, dejando nuestras piernas en el agua hasta las rodillas.
—Ha sido mi primer beso, ¿sabes?
Debo de sonar avergonzada. La mayoría de las chicas de mi edad ya lo habían hecho antes. Él me mira y me sonríe.
También el mío.
Le miro sorprendida.
—¿En serio?
—Sí.
—Vaya, no me lo esperaba.
—¿Por qué?—pregunta curioso.
—No lo sé... supongo que... en fin, mírate.
Lucas me observa divertido.

Pasamos el resto de la tarde riéndonos, contándonos historias, y sí, besándonos, hasta que el Sol empieza a esconderse en el horizonte y decidimos que es hora de volver.
Ya en el castillo ordenamos nuestras cosas y nos acurrucamos juntos en el dormitorio.
Justo antes de dormirme, Lucas me dice:
Hoy ha sido el mejor día de mi vida.
Y yo le respondo:
—Te quiero.
Apoyo la cabeza en su pecho y mi mano derecha en su abdomen, con nuestros dedos entrelazados y su otro brazo rodeándome, me quedo feliz y profundamente dormida, ansiosa por pasar junto a este chico el resto de mi vida.

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