domingo, 22 de septiembre de 2013

La Magia de ser Potterhead: Capítulo cinco

Despierto de un sueño que no recuerdo y antes de abrir los ojos, pienso que es raro que mi madre no haya venido a despertarme a mi habitación. Tal vez haya ido con mi padre a revisión y tenga que bajar a desayunar yo sola.
Miro a mi alrededor. No, claro que no; no estoy en el hotel.
Estoy en Hogwarts.
A mi derecha, Erika sigue dormida. Me planteo si debería despertarla, pero creo que si no tiene los ojos abiertos, es porque no quiere; así que me visto y bajo a la sala común de Ravenclaw.
De momento sólo hay algunos chicos y chicas, repasando para el primer día de clase.
El primer día de clase, ¡y yo tengo permiso para asistir a ellas! No puedo ser más feliz.
Pero al parecer mis piernas deciden que sí, que puedo ser más feliz, porque se mueven solas hacia la puerta y a través de los pasillos, hasta el comedor.
Es verdad, estoy muerta de hambre.
Me sirvo unas tortitas con mantequilla y un zumo de calabaza. Me siento sola en un extremo de la mesa de Ravenclaw, porque no quiero llamar la atención, sólo desayunar. De todas formas, no hay mucha gente.
Cuando termino de comer, me quedo sentada un rato, jugando con mi pelo. No veo el momento de que empiecen las clases. Estoy tan embobada que no me doy cuenta de que alguien se ha sentado al lado mía.

—Buenos días, Alina.
Mi cara se ilumina al verle.
—¡Lucas!
—Vaya, eres muy madrugadora, ¿eh?
—Pues sí—sonrío. Mis pies no se movían hacia el Gran Comedor por el desayuno.
—Así que... ¿hoy das clase con nosotros?
¿Qué ha dicho? Vaya, no he oído nada. Estaba concentrada en sus ojos.
—Esto... ¿qué?—Me pongo colorada. Él se ríe y me repite la frase.—Oh... sí, y me hace mucha ilusión... ¿Ravenclaw coincide mucho con Gryffindor?—Vaya, parece que hoy mi cerebro no tiene mucho control sobre mí.
—Bueno, hoy sólo coincidimos en Defensa contra las Artes Oscuras. Oye...
—¿Sí?
—Tengo que repasar antes de que empiece la clase... ¿Vienes conmigo a la sala común?
Ahora, ahora es cuando no puedo ser más feliz.
—¡Claro!—Y de nuevo, me pierdo en sus ojos azules. 
—Pues venga, vamos.
Lucas me coge de la mano y me dirige a través de los pasillos hasta llegar al retrato de la Señora Gorda.
—Gragea de queso—la puerta se abre, y empiezo a reírme a carcajadas, aún aferrada a la mano de Lucas. Él levanta una ceja—¿Por qué te ríes?
—Es que la contraseña es absurda—sigo riéndome.
—Bueno, suelen serlo—y como la risa es contagiosa, entramos en la sala común casi llorando. 
Gryffindor está bastante concurrido, lleno de gente repasando para la primera clase; mientras Lucas va a por su libro, me presento a una chica que tiene un aire a Neville Longbottom.
Cuando vuelve, Lucas me guía hasta un sofá en el que me siento procurando estar tan cerca de él como me sea posible. Él abre el libro por la primera página, pero tras unos diez minutos intentando comprender lo que dice, me doy por vencida y apoyo la cabeza en su hombro izquierdo.
Pensaba que iba a sentirse molesto, pero no: Lucas me mira y me sonríe dulcemente, me da un beso en la mejilla y me rodea con su brazo, y yo me quedo acurrucada junto a él, aspirando su aroma, hasta que me quedo dormida.


Cuando abro los ojos sigo en la cómoda posición en la que me dormí, pero ahora Lucas ha soltado el libro de Defensa contra las Artes Oscuras y los dedos de su mano derecha están entrelazados con los míos.


—Hola—me dice, sonriendo—me alegra volver a verte los ojos.
Y yo me siento como Katniss Everdeen en la cueva, cuando despierta y Peeta está ahí.
Solo que esta vez, yo sí le correspondo.
—Hola—le susurro—a mí también me alegra ver los tuyos.
Él me da un beso en la frente y yo le abrazo.
—Vamos, es hora de ir a clase.
Le cojo el libro y él va a por el resto de la mochila.

Por el pasillo nos encontramos a Erika, así que nos dirigimos los tres juntos a la clase.
Cuando entramos ya ha llegado todo el mundo, excepto el profesor. Lucas y Erika van a sentarse juntos a la primera fila, y yo me quedo en la última, sola, para no molestar a nadie.
Al cabo de unos treinta segundos, el profesor entra en clase. Recuerdo al hombre que salía del despacho de la directora cuando fui con Erika a hablar con ella; es él.
El señor Lupin, como lo llaman los alumnos; Edward Remus "Teddy" Lupin, hijo de Remus y Nymphadora, como lo conozco yo.

Durante la clase hago dos cosas: imaginar cómo ha sido la vida de Lupin desde la muerte de sus padres, y observar a Lucas.
No me canso de mirarle: cuando toma apuntes, cuando observa al profesor, y en especial cuando Edward pasea por la clase y aprovecha para mirar hacia atrás, hacia mí. Supongo que ya lleva un buen rato sabiendo que no le observo sólo en ese momento.

El resto del día, Ravenclaw no coincide con Gryffindor, así que me dedico a intentar entender la explicación de los profesores. Cuando mejor me lo paso es en la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, porque traen a un unicornio y me dejan acercarme, ya que soy una chica.
En el comedor me siento al lado de Erika.
—¿Sois novios?—Me pregunta sin previo aviso.
—¿Eh? Esto... no. No lo sé
Creo que entiende (más bien, sé que entiende) que no quiero hablar del tema, así que el resto del tiempo nos comemos nuestras empanadillas en silencio.
—Bueno, me voy a hacer los deberes, nos vemos luego—me dice Erika.
—Hasta luego—me levanto, le doy un abrazo y ella se marcha.
Vaya, en eso no había caído. Pensaba ir con Lucas a pasar el rato, pero seguro que está muy ocupado... Además, no quiero ser pegajosa...

Así que salgo al jardín y comienzo a andar y andar, hasta que llego más allá del campo de quidditch. Necesito desconectar, encontrar una manera de pasar el rato no sólo esta tarde, sino el resto del curso; los demás chicos tienen sus deberes, sus estudios.
Yo en cambio sólo soy una carga.
Así que llego a una colina, me acurruco en el césped y me quedo jugando con una hormiga y un palito hasta que, a causa del cansancio y la caminata, me duermo.


Abro los ojos y me pregunto qué hora será. En todo caso, será mejor que vuelva al castillo.
Lo que no esperaba encontrarme debajo de la colina, es al chico de mis sueños, sin la túnica y despeinado.

—¿Se puede saber qué haces tan lejos de Hogwarts, Alina?—me dice de brazos cruzados y con el ceño fruncido.—es muy peligroso.
—Pues... sólo quería desconectar un poco.
—¿Desconectar? ¡Es el primer día!
—Es que...—no aguanto más y rompo a llorar.
Me dejo caer sobre el césped y me cubro la cara con las manos. Oigo cómo Lucas avanza hacia mí y se sienta a mi lado.

—¿Qué te pasa?—me agarra las manos y, dulcemente, las baja, dejando mis ojos vidriosos al descubierto. Me mira fijamente a ellos.
—Me siento como una carga, no sirvo para nada, no pinto nada en Hogwarts, sólo soy una muggle caprichosa a la que nadie necesita—digo, bajando la mirada.
Lucas me suelta las manos, y me levanta la cabeza sujetando mi barbilla. Con la otra mano, me seca las lágrimas cariñosamente.
Entonces, mirándome a los ojos, me susurra:
—Yo. Yo te necesito.

No sé qué contestar, salvo que yo también le necesito, que no sé qué haría sin él, que ha cambiado mi vida, que es perfecto, demasiado perfecto.

Sin embargo, sólo susurro:
Gracias.
Y necesito estar siempre al lado de este chico, no separarme nunca de él, sentir su mano en mi barbilla cuando estoy triste, dormirme en sus brazos cuando estudia. Le necesito a él.
Y por eso esta vez soy yo la que se inclina y le da un beso en la mejilla.
Pero Lucas no me deja ir: se apoya en el tronco de un árbol y separa las piernas; yo me siento entre ellas y me inclino hacia atrás para recostarme sobre él, que me rodea con sus brazos, me da un beso en la frente y me dice al oído, como Peeta le dijo a Katniss:
Ojalá pudiera congelar este momento, aquí mismo, y revivirlo una y otra vez durante el resto de mi vida.
Y nos quedamos así, juntos, uno al lado del otro, mientras observamos la puesta de sol allá en el horizonte.

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